Teatro romano de Clunia - Foto: elcorreodeburgos.com |
Fuente: Las Madres de Clunia - Joaquín L. Gómez-Pantoja Fernández-Salguero
Sin embargo, Clunia plantea al observador atento una serie de cuestiones que parecen incronguentes y que guardan relación con nuestro asunto. Por un lado, aparecieron en la ciudad dos altares consagrados a Neptuno y algunos bloques esculpidos con un tridente lo que, considerando la distancia al mar y lo yermo del lugar, no deja de resultar un hecho chocante. Salvo que aquí, como en toda la Céltica, Neptuno fuese considerado el numen praesens en cualquier manifestación acuática: se ha hecho notar que no fue sino la influencia griega la que identificó Neptuno con Poseidón entre los latinos, mientras que el recuerdo de la situación precedente perduró en Roma en los árboles de cañizo que se levantaban en las Neptunalias y en la creencia de que la compañera femenina del dios no era otra que Salacia, la divinidad de las fuentes.
El otro dato digno de consideración es el famoso texto de Suetonio en que se describe cómo se formuló en Clunia el oráculo según el cual "algún día saldrá de Hispania quien gobierne el mundo" y que los partidarios de Galba entendieron como un indicio del futuro destino de éste: "el sacerdote de Júpiter, advertido por un sueño, había retirado del santuario de Clunia la misma predicción expuesta en idénticos términos doscientos años antes por una niña que tenía el don de la profecía". De este texto se ha resaltado su importancia para Hispania en general, que ganó peso específico dentro del Imperio, y para Clunia en particular, porque se atribuye a Galba la concesión del estatuto colonial. Pero invirtiendo los términos de una ecuación con visos de verosimilitud, el testimonio de Suetonio permite suponer que en Clunia surgió en torno a un fenómeno hídrico -un manantial, una cueva, un pozo-, un santuario con funciones oraculares. Nótese, además, que el dato de que la profecía no era contemporánea sino vetusta de doscientos años y que el sacerdote de Júpiter fuera capaz de recuperarla, implica -además de la inevitable antigüedad del templo-, la existencia de un registro o memoria del pasado, quizá -es sólo suposición en un terreno de por sí hipotético-, similar a las tabulae apud pontificem maximum donde este sacerdote señalaba para la posteridad los digna memmoratu, entre los que ciertamente cabían los prodigios.
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