Las cabezas y los buitres se aprecian en la parte inferior. Luis García - Wikipedia |
*Fuente: Los cántabros antes de Roma, Eduardo Peralta Labrador
Como indican expresamente los textos y las representaciones iconográficas que nos han llegado sobre el rito de la exposición de los cadáveres, en el mundo celtibérico estaba destinado a los mejores, es decir, a los que habían encontrado la "bella muerte" en el campo de batalla. La incineración, en cambio, quedaba para el común de los mortales, que moría sin gloria. Este rito de la exposición -señala Gabriel Sopeña en el detallado estudio que le dedica- culmina un sistema de vida entendido de un modo agonístico. La androfagia de un animal sagrado, volador y cuyo medio natural es el aire pone en marcha un ritual de tránsito que se verifica por todos los elementos naturales y que entraña a los hombres con los dioses. Esta creencia en un nuevo renacimiento tras la muerte, equiparable al concepto de la inmortalidad de otros pueblos celtas, favorecía el valor guerrero y el desprecio de la muerte. Tal concepción del mundo de ultratumba radica en una idea individual del destino: el hombre se destaca por su suerte personal, por su propia virtus, manifestada en el sacrificio del combate final que garantiza una recompensa sublimatoria en el Más Allá.
Se deduce que entre los cántabros, los vacceos y los celtíberos existía una creencia en un paraíso celeste destinado a los héroes, una especie de Walhalla al que sólo iban los elegidos del dios de la guerra. El buitre era el símbolo de estas concepciones heroicas. Tuvo que ser además un animal muy familiar para los cántabros, pues anida en los farallones rocosos donde suelen estar emplazados los castros.
Es posible que en el área galaico-lusitana se practicase el mismo ritual, pues en uno de los collares de plata del tesoro prerromano de Chao de Lamas (Miranda do Corvo, Portugal) se ven dos buitres que se dirigen hacia dos cabezas humanas barbudas.
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