viernes, 31 de mayo de 2013

Los bronces de Máquiz, Mengíbar

En tierra de antiguos oretanos, en el municipio en el que se dice se ubicaba la antigua Iliturgi, en Mengíbar, se encuentra el Cortijo de Máquiz donde, en 1862, se hallaron unas cabezas de bronce que acompañaban como elemento decorativo -o quizás con un significado ritual que iba más allá de la mera función ornamental- a un carro íbero. Una de ellas representa la cabeza de una loba y la otra una cabeza mitad lobo, mitad hombre, con lo que, además de poder constituir un vestigio más del culto a este animal existente entre los pueblos prerromanos, es posible que también entre los íberos se diera la manifestación mitológica de los hombres-lobo, algo que también ocurría entre los pueblos indoeuropeos.



*Fuente: Tesoros de la Real Academia de la Historia.

Pero el mayor interés de estos bronces está en documentar la creencia en mitos del hombre-lobo entre los íberos, seguramente de origen indoeuropeo, también profundamente arraigados en otros pueblos mediterráneos como griegos y etruscos.
El lobo ha sido la fiera más popular y temida de la Península Ibérica desde la Antigüedad, capaz de atacar por sorpresa y con rabia mortal, pero también de organizarse en grupo y de obedecer al jefe, el individuo más poderoso de la manada, siendo por ello símbolo de la guerra, la muerte y el Más Allá. Según estas creencias el joven íbero que se iniciaba como guerrero tendría, como las fieras, que vivir de la rapiña separado de la sociedad, agrupándose con otros para sobrevivir los más fuertes, preparándose de este modo para la guerra. Además, el lobo, como animal del Más Allá acompañaría a los guerreros difuntos y sería un símbolo de jefatura y, al mismo tiempo, con poderes protectores mágicos para su portador, que se consideraría un guerrero-lobo, como evidencia la escultura de un régulo de Elche del siglo V a.C. con una cabeza lobuna esculpida en su torso o la divinidad femenina protectora de una de las torres de la muralla de Tarragona, con otra cabeza de lobo en su escudo, fechada ya en el siglo II a. C. En consecuencia, el carro al que parecen haber pertenecido estas espléndidas piezas debe atribuirse a uno de estos reyes-lobo que regían la sociedad ibérica basándose en su poder guerrero y mágico.

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