Aprovechamos para desearos un ¡Feliz Solsticio!.
Hoguera de San Juan en Cantabria - Foto: eldiariomontanes.es |
*Fuente: es.mitologiaiberica.wikia.com
Los Caballucos del Diablo surgen en la mágica noche de San Juan en un estallido de fuego y humo e inundando el silencio de la noche con un bramido infernal que libera la furia de estar contenidos durante un año. Los Caballucos del Diablo portan alas de libélula con las que surcan la noche.
Estos caballucos no tienen un origen muy claro. Tampoco las gentes saben mucho sobre ellos. Manuel Llano Merino nos habla de siete, G.A. García Lomas y J.C. Cabria de tres. Lo único cierto, es que muchas de las gentes de Cantabria creían que las libélulas, la noche de S. Juan –y algunos anocheceres crudos de invierno- no eran tales, sino que se trataba de caballos que, cabalgados por el diablo, salían en rápido recorrido con las negras crines al viento, los ojos relumbrantes, y relinchando y arrojando fuego por la boca y fuerte viento por los ollares, tratando de indisponer a los enamorados, e impedir que pusieran los ramos a las mozas.
Su alimento eran los tréboles de cuatro hojas, que devoraban con fruición, seguramente para impedir que les encontraran quienes salían al anochecer a buscarlos. Se abalanzaban sobre todo el que encontraban en su camino, destrozándolo son sus cascos. La única salvación posible era llevar un manojo de verbena, que había que recoger antes de dicha noche, o estar cerca de la hoguera de San Juan, a la que jamás se aproximaban.
Siguiendo lo contado por Manuel Llano, las leyendas relatan que los Caballucos eran siete que se corresponden con los colores: rojo, blanco, negro, azul, verde, amarillo y anaranjado. El primero de ellos, el caballo rojo, el más robusto y grande es el jefe que dirige al resto en su misión de búsqueda. Los lugareños que han visto a los caballucos dicen que el mismo diablo cabalga sobre él.
Los Caballucos atraviesan sendas y caminos dejando huellas de herraduras sobre todo lo que pisan. Las rocas y piedras que se encuentran bajo sus pezuñas quedan marcadas como si se tratase de tierra recién labrada. Tal es la fuerza de su pisada.
También poseen un resoplido tan fuerte y frío como los vientos de invierno que hace moverse y caer a las hojas de los árboles y arbustos.
A veces, señalan los lugareños, los caballos después de tan fatigosa búsqueda, se paran agotados y su saliva goteando se vuelve barras de oro que si son encontradas por algún hombre le traerán suerte y le harán inmensamente rico, pero cuando muere, su alma baja directamente al infierno.
Las leyendas y supersticiones señalan que estos caballos provenientes del infierno, en realidad eran hombres que por sus pecados perdieron su alma y se vieron obligados a recorrer Cantabria por el resto de la eternidad. El caballo rojo era un hombre que prestaba dinero a los labradores y luego embargaba sus propiedades con sucias tretas; el blanco era un molinero que robaba muchos sacos del molino de su señor; el negro era un viejo ermitaño que engañaba a la gente; el amarillo era un juez corrupto; el azul, un tabernero; el verde, un señor de muchas tierras que deshonró y se aprovechó de muchas jóvenes y el naranja era un hijo que por odio pegaba a sus padres.
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