La montaña de la que hoy hablamos se conoce como Muela de San Juan, santo de marcado tinte ascentral, pues ya se sabe que no es otra cosa que la cristianización de la celebración del solsticio de verano en el hemisferio norte, y se encuentra en el municipio de Griegos, de la Sierra de Albarracín -en concreto en los conocidos como Montes Universales-, cuyo pueblo es el segundo más alto del Estado español con sus 1.601 metros sobre el nivel del mar, habiendo sido denóminado como "el pueblo más frío". La necrópolis es conocida como de "El Cuarto" y fue excavada en los años treinta del siglo XX por Martín Almagro, el cual encontró catorce túmulos fechados sobre el siglo III a. C. Pero dejemos que sea el propio Alfredo Orte quien nos cuente.
Necrópolis de "El Cuarto" vista desde la Muela de San Juan. rutasyleyendas.com |
*Fuente: Alfredo Orte Sánchez, rutasyleyendas.com
Aunque no se ha identificado la existencia de ningún santuario prerromano en sus inmediaciones (por el momento), la situación de esta necrópolis nos recuerda la importancia que para algunas comunidades del interior de la Celtiberia tenían las fronteras o limes entre diversos pueblos, identificadas con enclaves sagrados que servían de marco de referencia espacial, y al mismo tiempo, de enclaves de trascendencia hacia otras realidades.
Como otros camposantos de la Celtiberia, no son muchos los restos que hoy podemos admirar in situ en esta necrópolis de “El Cuarto”. En los años 30 del siglo XX Martín Almagro realizó el grueso de las excavaciones y estudios, encontrando catorce túmulos de época celta, hacia el siglo III a.C. La mayor parte de los restos encontrados se relacionan con la cultura autóctona celtíbera, salvo algunas fíbulas y broches que parece tener influencias de la de Halstatt, es decir, de allende los Pirineos. Las tumbas se reconocen por los túmulos deslavazados de piedra suelta, situados aparentemente sin orden ni concierto en torno a la muela rocosa. En la mayoría de ellos se localizaron interesantes ajuares funerarios, asociados a ritos de incineración en grandes urnas de barro, no muy bien conservadas. Cabe destacar en cualquier caso la existencia de una urna con motivos decorativos geométricos, muy emparentados con el estilo íbero o levantino, lo que denota flujos comerciales hacia varias direcciones de estas comunidades. Sin embargo, frente a restos de relativo valor, apareció un escudo casi intacto de un valor extraordinario. Ricamente decorado con círculos concéntricos y dibujos concéntricos, parece que esta pieza de bronce repujado estuvo adosada a un gran escudo de madera que le servía de soporte. Esta clase de objetos habla por sí mismos acerca del significado casi místico que tenía la guerra para estos pueblos, y sobre la profunda escatología asociada a la clase guerrera de los celtíberos.
La posición elevada de esta necrópolis y el bonito paisaje que la rodea, parecen escogidos adrede para favorecer el descanso de los difuntos. Se percibe un halo inconfundible de eternidad en el entorno, como si realmente el paisaje que contemplamos fuese una imagen inalterable.
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