En Mula, a las afueras, encontramos los restos de este poblado ibero con su santuario en la parte alta. Entre los castros celtas y celtíberos no es nada común la ubicación del santuario dentro de la población -salvo alguna excepción como Ulaca, del que ya se habló en este lugar- pero sí era mucho más habitual entre los pueblos o etnias de la cultura ibera, como es el caso de El Cigarralejo. Otra diferencia la encontramos en cuanto a la concepción de los templos, así mientras para los de la cultura celta y celtíbera eran, salvo excepciones como Segeda -del que también hablamos por aquí-, lugares abiertos en forma de altares rupestres al aire libre, fuentes y bosques sagrados, etc, para los iberos eran, en gran número, templos cubiertos, es decir, construían edificaciones sagradas donde se practicaba el culto, seguramente influenciados por púnicos y helenos en lo que se conoce como Periodo orientalizante, caso que también se da en El Cigarralejo, pues los exvotos se han encontrado en este supuesto templo, una construcción en lo alto del cerro sobre el que se asienta. Todo esto dejando claro que muchos santuarios también eran naturales, como el gran número de cultos practicados en cuevas y abrigos naturales. En cuanto a los exvotos, la mayoría de los encontrados tienen forma de equinos, lo cual ha hecho especular con el posible culto a una especie de diosa Epona de los iberos, aunque hoy en día se barajan también otras hipótesis que se mencionan más abajo.
Representaciones de équidos: De entre ellos destaca la presencia de 179 figuritas talladas en piedra arenisca local, la mayoría en forma de équidos, pero una veintena aproximadamente son en forma humana. No falta otro tipo de exvoto más modesto, pero no por ello carente de valor religioso, como anillos, sortijas, cuentas de collar, fíbulas y hasta una falcata en miniatura, fragmentos de cerámica griega, etc. seguramente objetos personales del oferente que al no poder adquirir una pieza de cierto valor, se contentó con depositar un objeto propio.
El hecho de que la mayoría de las piezas fueran équidos, llevó a su excavador a determinar que la advocación de este centro era a una divinidad protectora de los animales y más concretamente del caballo, como la diosa Epona.
Gracias al avance de la investigación en las últimas décadas, se piensa hoy en día, en un culto de tradición indígena relacionado con la actividad cotidiana de las labores agrícolas y ganaderas, el comercio, sin obviar aspectos relacionados con la fertilidad y la protección de los animales. Hemos de tener presente, la importancia del caballo como animal de tiro, carga y transporte, además de para la guerra y como símbolo de prestigio y de poder de su poseedor.
Seguramente estas pequeñas esculturas, fueron realizados en talleres situados en las inmediaciones del santuario que sirvieron para abastecer las demandas de los fieles que acudían en peregrinación a él. La diversidad tipológica y la calidad dispar de las facturas lleva a pensar en la existencia de distintas manos artesanales.
(www.regmurcia.com)
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