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La necrópolis de la Loma de los Brunos se emplaza sobre un largo cordón rocoso de arenisca situado al sur de un pequeño poblado en el que se han identificado varias fases de ocupación. Tanto el poblado como la necrópolis fueron descubiertos en 1958 por el arqueólogo caspolino Manuel Pellicer. Entre los años 1980 y 1982 el profesor Jorge Eiroa realizó diversas campañas de excavación en ambos yacimientos. La necrópolis, que está excavada en su totalidad, conserva restos de un total de 18 túmulos funerarios de unos tres o cuatro metros de diámetro, todos ellos de planta circular excepto uno cuadrangular. En el interior de estos túmulos, formados por un amontonamiento de piedras y tierras, se construyeron pequeñas cámaras funerarias o cistas en las que se depositaban los ajuares y las urnas o vasos de cerámica que contenían los restos incinerados de los difuntos. De entre ellos destaca por su tamaño, su posición destacada y su carácter monumental, el túmulo 10 construido mediante la superposición de anillos concéntricos de mampostería dispuestos escalonadamente con una cista excéntrica en su interior construida con grandes losas en disposición vertical.
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