Ya se sabe que formaciones geológicas de este calibre siempre incitaron la imaginación humana, así que, detrás de dos rocas tan singulares como éstas, se crearon numerosas fabulas y leyendas, como aquella que dice que fueron arrojadas ahí por el Ojáncano, un ser maligno de la mitología cántabra que cuando estaba aburrido se dedicaba a tirar piedras de estas dimensiones. Hay otras leyendas, como una que incluso las relaciona con la construcción que hizo el diablo del acueducto de Segovia -"construcción" mitológica ya citada por aquí-, aunque hoy nos detendremos en señalar una serie de rituales que se realizaban junto a ellas.
Como rastro de la mitología céltica, se considera a las llamadas, en lenguaje técnico o erudito, Piedras Oscilantes de la Boariza, que son, según Ángel de los Ríos, dos de las que más llanamente bautizó con el apodo Cantos de la Borrica, situados en la sierra de Sejos, según antigua descripción "en el camino de Reinosa a Liébana". La grande, pues así se las distingue: "la grande y la chica" de la Boariza, está formada por una aglomeración de guijarros gruesos, junto con otros menudos y colocada en desconcertante equilibrio sobre otra piedra de índole distinta. La chica, que es similar, dista de la grande unos cien pasos y siguiendo con la descripción de Ángel de los Ríos, ambas son trémulas, oscilantes, vacilantes y giratorias. El historiador Assas, que sigue al docto escritor campurriano, manifiesta que se ha venido creyendo que fueran utilizadas con "fines probatorios", es decir, para averiguar la culpabilidad de los acusados, teniéndolos por convictos cuando no podían moverlas. Según García Lomas, en "Mitologías y Supersticiones de Cantabria", testimoniaron la pureza de las doncellas, de acuerdo con una leyenda que se mantuvo hasta finales del siglo XVII. Parece ser que en la antigüedad se reunían periódicamente, alrededor de los pedruscos, un grupo de jóvenes adornadas con flores blancas que simbolizaban su virginidad y una vez, ocasión memorable, una de las congregantes, al intentar situarse junto a la peñona, siguiendo el rito previsto, resbaló, golpeándose fuertemente en la cabeza, por lo que falleció en el acto. El acontecimiento dio lugar al inconsolable llanto de sus compañeras y a comentarios entre los asistentes, concluyendo García Lomas: "este acontecimiento se cubrió por las gentes con el negrísimo celaje de la cruel sospecha, que atribuyó el hecho a que la castidad de la víctima había sido mancillada".
(Ramón Rodríguez Cantón)
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