En ella el grupo de estudio y recreaciones romanas, Ab Urbe Condita, recreó el ritual practicado por un augur, aquellos sacerdotes que acompañaron al mundo romano, desde prácticamente su fundación y hasta el periodo cristiano, cuando desaparecieron, y que tomó muchos elementos prestados del mundo griego y del etrusco. La corporación de los augures constituían uno de los cuatro colegios sacerdotales por antonomasia de la Antigua Roma, pudiendo ser augures oficiales, de los que sólo podían requerir sus servicios los magistrados, o augures particulares.
A su vez, se dividían entre los que interpretaban la voluntad de los dioses a través de ciertas fórmulas religiosas y los que descifraban dichas voluntades sin previa solicitud, tras la contemplación de ciertos elementos que consideraban designios. La adivinación se podía, en este sentido, extraer de señales del cielo, en forma de rayos, relámpagos, entendiendo que eran augurios favorables, si mirando hacia el sur, los rayos caían hacia su izquierda -entre el Sur y el Este-, considerándose la derecha de Júpiter; a través de los vuelos de las aves e incluso de sus gritos o graznidos, sobre todo de los cuervos, grajos o lechuzas; adivinación observando las vísceras de los animales; posiciones y actitudes de mamíferos y reptiles; acontecimientos imprevistos, que normalmente eran considerados como de mal augurio, etc.
Pero dejemos que sean los que recrearon la escena los que nos cuenten sobre los augures o, más bien, sobre la religión romana en general, pues no sólo se ciñeron a recrear la ceremonia de un augur.
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