Los vaqueiros de alzada se emparentaban entre ellos, desarrollando una cultura y un folklore muy particular y original, de orígenes ancestrales y transmitido entre generaciones, que llegado a nuestros días prácticamente inalterado, por este motivo son considerados un grupo social.
Los vaqueiros de alzada constituyen una de las culturas vivas más importantes de Asturias por su inalterable variacion a lo largo de los siglos y pese a las discriminaciones sufridas por la Iglesia y los xaldos, población asentada en las zonas agrícolas de Asturias desde la edad media. Los vaqueiros se extienden por todo el occidente de Asturias y en la actualidad se les reconoce por sus apellidos Berdasco, Lorences, Redruello, Gayo, Cano, Feito, Garrido, Barrero, Parrondo, Freije, entre otros.
Valle sobre el que se dispersan las brañas, pequeñas aldeas donde residían los vaquieros
Un pueblo marginado por una sociedad hipócrita que creó unas leyendas negras en torno a los habitantes de unas inhóspitas y agrestes montañas de pobres recursos que vivían, fundamentalmente, de vacas y ovejas. Tantas leyendas e infundios se extendieron sobre ellos que los convirtieron en un mito.
Mucho se ha escrito sobre los vaqueiros: Jovellanos, Acevedo Huelves, Uría Ríu, Canella, Cabal, Caro Baroja… Atienza y Miner Otamendi han realizado una especie de guía sobre los vaqueiros junto a pasiegos, maragatos y chuetas como pueblos malditos y cuyo común denominador fue la marginación social a la que se vieron sometidos por quienes les privaban de voz y voto, pues los caciques de los valles fértiles dictaminaban las normas e imponían sus leyes tanto en lo social como en lo económico. A ellos, se sumaba el clero, que privaba a los vaqueiros del derecho a ser enterrados en ataúdes o a superar en la iglesia un lugar señalado por una viga de madera, como existió en la iglesia de Naraval, o una leyenda grabada en la piedra: "de aquí no pasan los vaqueiros", como aún se ve en el templo de San Martín de Luiña. Cuenta Acevedo que, en algunas parroquias, cuando las vaqueiras traspasaban la viga que servía de valla, en lo que siempre pusieron gran empeño, y se mezclaban con las aldeanas, éstas solían cortarles la ropa con navaja o tijeras y, lo que era más frecuente, unirlas cosiéndoles las sayas.
El paso del tiempo trae a la memoria recuerdos en los que prevalecen aquellas vivencias con influencia del misterio o la leyenda. He nacido y me he criado en un pueblo rodeado de otros pueblos entre los que abundaban las brañas, lugares donde habitan los vaqueiros. Mucho es lo que he oído sobre los orígenes de este pueblo, en gran parte envuelto en fabulaciones, con frecuencia de carácter siniestro, pero, a medida que pasaban los años y fui teniendo conocimiento directo de estos hombres y mujeres e iba visitando sus lugares, me fui sintiendo atraído por sus tradiciones y folklore.De este modo, he tenido el placer de conocer a Rogelia, cuya imagen, recorriendo el mundo con su pandeiro y su payetsa, gritando más que cantando, con esos desgarros guturales, se dibuja en mi memoria. Aquella admirable mujer, todo un símbolo del matriarcado imperante en las brañas, paseó el ardor de su carácter, al frente de un grupo, por Alemania y Cuba. Siento en mí el estruendo de castañuelas, pandeiros y payetsas acompañado de desgarradores jiiius, jiiius, jiiius, en los amaneceres del ocho de septiembre, en la plaza de arriba de Pola de Allande, cuando los vaqueiros atronaban el pueblo en su primera parada de peregrinación a la Virgen del Acebo, de la cual son muy devotos, al igual que la del Avellano o la de Colobreiro.
(Manuel Linares, www.revistaiberica.com)
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