Nos acercamos a un lugar bastante cercano al de nuestra anterior ficha; en concreto, a
Estepa, en la comarca conocida como
Sierra Sur de Sevilla, población famosa por sus mantecados y polvorones, tan consumidos en las fechas navideñas. Este lugar, situado en lo que fue la antigua
Turdetania y conocido por aquel entonces como
Astapa, fue uno de las tantos que sufrió el asedio y la destrucción de aquellas terribles fuerzas de ocupación provenientes de Roma, ese pueblo tan admirado por la oficialidad y tantos y tantos autores, que aculturó y aniquiló a buena parte de las etnias prerromanas ibéricas. En una época en la que se valora más lo material, que lo espiritual y axiológico, difícilmente se puede entender quizás el ejemplo que Astapa dio en el pasado, como también dieron otras tantas poblaciones ibéricas del primer milenio a. C., no sólo del ámbito íbero, que es en el que nos encontramos, sino celta y celtíbero, como por ejemplo, por citar un par de estas antiguas ciudades, Numancia o Calagurris (actual Calahorra). Hoy en día tiene más valor, el dinero y el "bienestar" que la libertad y la dignidad y fue precisamente por estos últimos valores por lo que murieron estos antiguos pueblos. Prefirieron, muchos de ellos, morir que acabar siendo esclavos y aculturados por la fuerza extraña que vino a someterlos y aniquilarlos desde lejanas tierras. Vaya desde aquí nuestro homenaje a la antigua Astapa y a todos aquellos pueblos que no se dejaron embaucar por el poderoso y prefirieron morir a perder su libertad. Un ejemplo universal que debería perdurar por siempre en nuestros corazones y que ha llegado hasta nosotros, en lo que a Astapa se refiere, gracias a Tito Livio.
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Vista del Cerro de San Cristóbal, donde se situó la antigua Astapa - Foto: skyscrapercity.com |
*Fuente: Dioses y caballos en la Iberia prerromana. M. P. García-Gelabert Pérez y J. M. Blázquez Martínez
...durante la conquista de Astapa por Marcio (año 206 a.C.), narra Livio como los astapenses, sabiendo que pronto estarían en manos de los sitiadores, eligen a cincuenta jóvenes (léase soldados) con el cometido de que si los defensores de la ciudad eran derrotados no debían dejar a nadie con vida “…a ellos les rogaban por los dioses del cielo y de los infiernos que acordándose de la libertad que aquel día debía morir o con una honrosa muerte o con una infame servidumbre, nada dejasen que pudiera servir de objeto de furor del enemigo…”.
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