Dicen en Zaragoza que ese viento frío, fuerte y seco que azota los rostros y casi no deja caminar, sopla del Moncayo. Bueno, siento disentir, pero no es cierto. Se trata de un viento de tramontana, que viene desde los Monegros o desde los llanos sorianos. Pero el Moncayo tiene la virtud de detener los vientos y los fríos y guardárselos para él solo, que para eso es monte sagrado desde que el hombre lo reconoció como tal. Más que un monte, el Moncayo es una serranía agrupada en torno a su picacho padre, de 2.313 metros de altitud y forma cónica. Marcial lo llama Mons Caius y otros historiadores se inclinan por una etimología Mons Caunus. Por mi parte, tengo la impresión de que su origen prerromano es el de un monte dedicado a Lug, que los romanos pudieron comenzar llamando Mons (Lug)aius.
De lo que no cabe duda es del carácter divinal que tuvo desde muy antiguo la cima y toda la tierra que la rodea, porque en torno a ella surgen constantemente la leyenda, la herejía, la santidad y el mito, que se asocian inmediatamente a la personalidad sagrada del monte. El mismo Marcial asegura que en tiempos remotos había allí un importante yacimiento de hierro y que las aguas del Keiles tuvieron propiedades especiales para templar el acero de las falcatas.
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