Un animal, cuya vida siempre fue muy pareja a la del ser humano, fue el lobo. El lobo produce, casi a partes iguales, temor, rechazo y admiración, por los poderes mágicos que siempre se le otorgaron. Como tal, formó parte de distintos cultos y tradiciones, de los cuales conocemos, por ejemplo, por un lado, gracias a las fuentes clásicas,
Las Lupercalias romanas, además de distintos cultos al lobo entre otros pueblos de la Antigüedad gracias a distintos hallazgos arqueológico (amuletos, figurillas y distintas representaciones) y, por otro, algunos festejos que han llegado hasta nuestros días, como el que hoy traemos:
El Taraballo de
Navaconcejo, población del
Valle del Jerte, que tantas similitudes encuentra con la festividad romana mencionada. El lobo, como competidor del hombre, trata de comer de lo que come el propio ser humano y no entiende de posesión, ni de propiedad sobre el ganado; de ahí, que se le haya demonizado y se hayan generado distintos rituales, que han acabado en festejos, para tratar de espantar, mágicamente, sus cacerías sobre el ganado e incluso el peligro que podían suponer para el propio ser humano, si uno se encontraba con una manada.
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El Taraballo en la actualidad ya no se viste con las pieles que antaño - Foto: flickr.com |
Gracias al artículo de
José María Domínguez Moreno titulado "
La fiesta del lobo en Extremadura", hemos conocido la descripción de
El Taraballo de
Navaconcejo, que en cierto modo nos recuerda al
Jarramplas de
Piornal, también en el
Valle del Jerte, pues, como a éste, también se le lanzan nabos, además de nueces, en el caso que nos ocupa, e igualmente se celebra coincidiendo con la festividad de
San Sebastián, el 20 de febrero. Hay que decir que
Las Lupercalias se celebraban en la antigua Roma el 15 de febrero, por lo que existe, prácticamente, una coincidencia de fechas entre ambas. De este modo, podríamos encuadrarlas, más o menos, entre las festividades de mitad de invierno, no muy lejanas, por tanto, a las antiguas celebraciones célticas del
Imbolc. En cierto modo, se está tratando de acabar con las fuerzas oscuras del invierno, simbolizadas en
El Taraballo con la figura del lobo, y de despertar, por otro lado, la vida y la prosperidad identificadas con la primavera que se avecina.
El Taraballo es un hombre vestido con pieles de animales (aunque en la actualidad se ha prescindido de este ropaje), que antiguamente se sacrificaban para tal fin, el cual, tras asistir a los oficios religiosos en honor de
San Sebastián, sincretismo que se produce en otras tantas celebraciones de este tipo, persigue a aquellos que previamente le "apedrean" con nabos y con nueces, como se ha dicho, en un claro rito de fecundidad, pues, por una parte se está tratando de espantar o rechazar a las fuerzas oscuras representadas por esta botarga, pero por otro, las propias nueces y nabos se puede decir que son petición de fecundidad a la
Madre Tierra para que ésta despierte y traiga todo su florecimiento con la
Primavera en forma de abundantes frutos, entre los que estarían esas nueces y nabos.
El Taraballo es acompañado de un tamborilero, cuyo tambor, debido a los ataques que no sólo sufre el personaje principal, en muchas ocasiones acababa destruido, siendo necesaria la fabricación de uno nuevo que se hacía con piel de perro. Y es aquí donde entra en juego la figura de este otro animal, el perro, el cual, pariente del propio lobo, era el animal doméstico del que se valía el propio ser humano para hacerles frente, por tanto, constituía un elemento protector. Si en
Navaconcejo el tambor se hacía con piel de perro, el cual sonaría para espantar a los males, en
Las Lupercalias se sacrificaba a un can, encontrandose, por tanto, un paralelismo más entre uno y otro festejo.