Nuestra localización de hoy se sitúa en un territorio que fue conocido como Beturia. Es mucho lo que se desconoce de este antiguo lugar, aunque los conocimientos actuales nos dicen que fue ocupado por dos pueblos distintos: unos, los "célticos", en la parte occidental de Sierra Morena y los valles pacenses hasta el río Guadiana, otros, los túrdulos, en la zona central y oriental de Sierra Morena. Según esta distribución, la antigua Medellín, se hallaría en territorio céltico, junto al propio río Guadiana.
Los célticos, no hace falta decir que pertenecían al tronco común celta, como pueblo indoeuropeo, mientras los túrdulos no eran indoeuropeos sino parientes de sus vecinos del sur, los turdetanos, es decir, eran un pueblo íbero. Hecha esta diferenciación, hay que decir que mantener una línea exacta que separe unas culturas y otras sería un ejercicio de ficción que no se correspondería con la realidad de aquel momento, pues si bien hemos dicho que Medellín se encontraba en territorio céltico, al norte de la Beturia, hemos visto que en el libro "Religio Iberica, Santuarios, ritos y divinidades (Siglos VII-I a.C.)" de Teresa Moneo, como su título indica, obra de la que hoy traemos unas líneas, se le incluye entre los íberos, pues una gran cantidad de los elementos hallados en las distintas excavaciones de aquella población dan muestras de una gran iberización. Entre estos restos encontramos algunos elementos que bien pudieran indicar que en Medellín, tanto en la parte alta, como en algún lugar más, bien podría haber existido algún santuario, por el hallazgo de exvotos y alguna que otra pieza votiva.
Este importante oppidum, que controlaba el paso del Guadiana y su amplia Vega, ocupa un alto cerro que destaca unos 100 m. sobre el territorio circundante en cuya parte alta se ha supuesto la existencia de un santuario, quizás asociado a una regia. La escasa documentación se reduce a un exvoto de bronce de una figura masculina desnuda que se encontró en la excavación de la parte superior del teatro romano, al que cabe añadir otro hallazgo semejante aparecido cerca de una gran peña que domina la ladera Norte del poblado, por lo que se ha relacionado con los hallazgos de Alarcos.
Además de la parte superior del cerro proceden otros materiales significativos que indican la presencia de elementos de prestigio, como una pequeña chapa de oro, un vaso de barniz rojo ibérico de forma “Cuadrado d”, considerado como recipiente para perfumes, y un peine de marfil de tipo “Serreta”, que pudiera tener en este contexto un uso votivo, como objeto de lujo. Por su parte, en la estratigrafía realizada al Este del teatro aparecieron más de trescientos fragmentos de cerámica pintada de tipo “Medellín”, que por sus características técnicas y su iconografía pudieran haber tenido una función ritual, así como un número proporcionalmente elevado de grafitos que quizás pudieran relacionarse con piezas votivas. Cronológicamente, los vasos y el peine hallados de la parte alta se fechan en el siglo IV a. C. o inicios del siglo III a.C., pero las figurillas de bronce pudieran ser bastante anteriores, como lo son las cerámicas y grafitos de la Cata Este, fechables hacia fines del siglo VII a.C.
Aunque los indicios existentes son insuficientes para documentar con seguridad un santuario, la presencia de “exvotos” de bronce y de materiales significativos inclinaría a considerar la posibilidad, a modo de hipótesis, de que la parte alta del cerro en que se asienta Medellín, tal vez organizada incluso como acrópolis de la población prerromana, pudiera haber albergado un santuario o el santuario-palacio de la ciudad.
(Teresa Moneo, "Religio Iberica, Santuarios, ritos y divinidades, Siglos VII-I a.C.")
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