De una ciudad como Mataró, se puede decir casi que dormitorio de una gran urbe, igual podría pensarse que no es mucho lo que de interés pudiera tener en cuanto a cuestiones relativas a este sitio web, pero no es así.
Ahí os dejamos con las palabras del autor más citado de esta página, Juan G. Atienza, sobre esta localidad.
Mataró es ciudad remota, aunque no lo parezca a primera vista. Bajo su iglesia de Santa María y sus calles inmediatas se podrían encontrar los restos de la vieja Iluro, que fue arrasada en una de las aceifas de Almanzor. La reconstrucción posterior de la ciudad la llevaron a cabo los señores del castillo que hubo en el término de la Mata, a cambio de una servidumbre feudal entre los barones de las fortalezas de Nofre Arnau primero y de Burriac después, de la que el pueblo no se liberó definitivamente hasta fines del siglo XV. Aquella libertad dio progreso a la población. Se creó un astillero, se amuralló el recinto para resistir los ataques piratas y, a mediados del siglo siguiente, Mataró estuvo en condiciones de proporcionar naves a Carlos V, tanto para sus expediciones africanas como para la jornada de Lepanto. El progreso de la ciudad no se detuvo. En 1848 se montaba, entre Barcelona y Mataró, la primera línea férrea de la Península.
Ilduro, el poblamiento ibero originario. Con la llegada de los romanos, la población pasó al lugar ocupado por la actual Mataró y pasó a denominarse Iluro.
La historia que no se ve hay que contarla a veces. Y, en este caso, creo que resulta importante, desde el punto de vista del comportamiento de un pueblo, precisamente porque -como vamos a ver a lo largo de nuestro viaje- Mataró estuvo rodeado por la influencia inmediata de la orden del Temple y, sin haber llegado a formar nunca parte de sus posesiones, tuvo una actuación directamente relacionada con las ideas políticas de los templarios. Al menos a mí me lo parece así, al comprobar el sentido de unión ciudadana de su gente y al analizar esta empresa de la construcción de naves como una tarea comunitaria, tal como los caballeros templarios la propiciaron en La Rochelle, en Nazaré o en la Coruña, por ejemplo (o, un poco más arriba, en este mismo contorno geográfico, en Caldetes). Me gustaría avanzar previamente al lector en el sentido de que toda la zona que vamos a recorrer constituye una muestra muy clara del quehacer tradicional de esta orden y que, en su mayor parte, los cultos, las leyendas y los lugares mágicos que surgen aquí y allá están, directa o indirectamente, relacionados con el comportamiento ocultista de los templarios, que poseyeron buena parte del territorio entre la costa y el Montseny, comprendido entre los cauces de la riera de Argentona y del río Tordera.
En Mataró, como en toda la comarca, abundan las tradiciones brujeriles. Y, curiosamente, muchas de ellas referidas precisamente a cierto tipo de brujas marineras, como es el caso de la historia que se cuenta por aquí, atribuida a un pescador llamado Pastafang, que dicen que vivió un vuelo transmediterráneo en su propia barca, gobernada por cinco brujas que la llevaron por los aires hasta las costas africanas, ida y vuelta en una sola noche.
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