En este caso nos encontramos en el municipio navarro de Orbaizeta, con lo que hay algunos investigadores incluso que nos dicen que no son otra cosa que distintas representaciones realizadas de un único personaje de la mitología vasca, como sería la propia diosa Mari, que tantas veces hemos mencionado en el blog y que tanta moradas tiene por todo su ámbito de "actuación". En el contexto mitológico en el que nos encontramos se dice que las lamias -lamiak o laminak en euskera- ayudaron, al igual que hicieron los gentiles, esos otros personajes igualmente tan importantes en aquella mitología, en la construcción de dólmenes, crómlech y demás megalitos, e incluso de puentes.
A modo de despedida de estas líneas y dando más anotaciones geográficas de esta cueva, hemos de decir que se encuentra entre los valles de Aezkoa y Garazi, a la entrada, prácticamente, de ese bosque y entorno natural tan maravilloso conocido como la Selva de Irati.
Cueva de Arpea - Foto: sakon.es |
Fuente: senditur.com
Puerta a otro mundo y refugio de lamias, cuenta la leyenda que hace ya algunos años frecuentaban los pastos cercanos a la Cueva de Arpea un padre que enseñaba a su hijo la labor del pastoreo. Éste entre otras muchas cosas le contó a su hijo de los embaucadores cantos con los que las malvadas lamias, los días en losz que la niebla apenas dejaba ver unos pocos metros más adelante, intentaban atraer a los pastores para apoderarse de ellos y de sus rebaños. Y llegó el día en el que el joven pastor, con la imprudente seguridad que le daban sus pocos años y sin ser consciente de su todavía escasa experiencia, decidió dar una sorpresa a su padre y tras ordeñar a las ovejas marchó con el rebaño antes de que éste despertara para sí liberarle de parte de sus quehaceres cotidianos. Sin percatarse del mal tiempo que se le venía encima el joven se adentró en la montaña, más cuando quiso darse cuenta ya era tarde, la niebla todo lo cubría. De pronto comenzó a escuchar un dulce canto, el joven, preso del embrujo, siguió a la dulce voz que estaba escuchando. Mientras tanto en la cabaña de pastores el padre ya había despertado y preso del pánico al ver la falta de su hijo y su rebaño corrió montaña arriba en su busca sabedor de los peligros que acechaban a su hijo. Al rato escuchó los incesantes ladridos de los perros que siempre lo acompañaban con el rebaño, más una enorme tristeza lo invadió al llegar hasta ellos y comprobar que de su hijo y su rebaño nunca más sabría, ya que los perros ladraban y rascaban furiosos con sus patas la pared interior de la Cueva de Arpea.