jueves, 6 de marzo de 2014

Los diablos y las mascaritas, Luzón

Hoy nos acercamos a La Alcarria, cerca del nacimiento del río Tajuña, a dejar constancia de una muestra más de un carnaval "primitivo" ancestral, muy en conexión, por tanto, con los orígenes de estos festejos. Me estoy refiriendo a los Diablos y Mascaritas de Luzón. En este bonito pueblo alcarreño, con una fuente de nueve caños a la entrada del mismo, los diablos, hombres tiznados de hollín, con cencerros, cuernos de buey y trajes de saco recorren las calles asustando y tiznando a las mozas, además de a todo aquél con el que se encuentran, en una claro rito de fertilidad. Como vemos, la simbología se viene repitiendo en todo este tipo de festividades, pero cada una de ellas, evidentemente, encierra sus propias particularidades. Las mascaritas son las otras protagonistas que, recorren igualmente las calles junto a los diablos, finalizando junto a ellos el festejo con un baile, al igual que ocurre en el carnaval de Almiruete, del que hablamos hace dos días. Antaño los diablos salían cuatro días al año -domingo, lunes y martes de carnaval, además del primer domingo de cuaresma-, aunque actualmente únicamente salen el sábado de carnaval.

Foto: Jesús María Fontecha

*Fuente: aytoluzon.es

Las primeras reminiscencias escritas que hacen referencia a la existencia de esta festividad local datan del siglo XIV, pero se especula que para averiguar el origen de esta tradición habría que remontarse mucho tiempo atrás. El personaje del demonio está muy arraigado en la cultura popular y el carnaval de la comarca, raro era que no hubiera pueblo del Señorío donde no hicieran acto de presencia los demonios persiguiendo a los chiquillos y las mozas del pueblo tiznándoles con ceniza, pero es en Luzón donde la fiesta se ha consagrado como la más exultante de toda la región.
Cuentan que en la paramera, una vez al año, los diablos abandonan el vientre madre tierra a través de una grieta que nadie conoce. Un estruendo de cencerros anuncia a vecinos y forasteros la llegada de los portadores de un misterio ancestral. Una mezcla de hollín y aceite marca el rostro de los que se dejan atrapar. Otros corriendo despavoridos por las callejuelas van a toparse con las mascaritas que vagan sin dirección y sin expresión alguna, portadoras quizá de un secreto mudo.
Un misterio milenario ha sobrevivido en la pequeña villa de Luzón, esperando el día en que alguien como tú, acuda y lo desvele.
Las mascaritas son el contrapunto a los diablos. Pueden disfrazarse tanto hombres como mujeres. Llevan la cara tapada con un trapo blanco en el que practican unos agujeros para dejar libres los ojos la nariz y la boca y cubren la cabeza con un pañuelo estampado. Van vestidas con prendas tradicionales, entre las que destacan las sayas de colores. Por su condición de mascaritas no son perseguidas por los diablos. No obstante llevan una vara o bastón para defenderse.
Los diablos son unos personajes de aspecto fiero y desafiante. Van vestidos totalmente de negro, tiznándose con una mezcla de aceite y hollín, las partes visibles del cuerpo, cara, cuello, brazos y manos.
Salen al anochecer, lo cual contribuye a aumentar su aspecto misterioso. En la oscuridad se destaca su blanca dentadura postiza fabricada con patata o con remolacha. Otros elementos importantes son la enorme cornamenta y los grandes cencerros, propios del ganado vacuno, que llevan atados a la cintura.


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