Hace poco contemplamos su figura, al fondo de las anchas tierras sorianas, desde las últimas estribaciones orientales del sistema central, en la Montaña del Alto Rey, otro lugar también digno de mención por estos lares de la red y que tendrá, merecidamente, su propio espacio. Es mucho lo que se cuenta sobre esta emblemática montaña. Traigamos hasta aquí las palabras de Juan G. Atienza.
Dicen en Zaragoza que ese viento frío, fuerte y seco que azota los rostros y casi no deja caminar, sopla del Moncayo. Bueno, siento disentir, pero no es cierto. Se trata de un viento de tramontana, que viene desde los Monegros o desde los llanos sorianos. Pero el Moncayo tiene la virtud de detener los vientos y los fríos y guardárselos para él solo, que para eso es monte sagrado desde que el hombre lo reconoció como tal. Más que un monte, el Moncayo es una serranía agrupada en torno a su picacho padre, de 2.313 metros de altitud y forma cónica. Marcial lo llama Mons Caius y otros historiadores se inclinan por una etimología Mons Caunus. Por mi parte, tengo la impresión de que su origen prerromano es el de un monte dedicado a Lug, que los romanos pudieron comenzar llamando Mons (Lug)aius.
De lo que no cabe duda es del carácter divinal que tuvo desde muy antiguo la cima y toda la tierra que la rodea, porque en torno a ella surgen constantemente la leyenda, la herejía, la santidad y el mito, que se asocian inmediatamente a la personalidad sagrada del monte. El mismo Marcial asegura que en tiempos remotos había allí un importante yacimiento de hierro y que las aguas del Keiles tuvieron propiedades especiales para templar el acero de las falcatas.
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