¡Feliz Samhain a todas y todos!
Aguilar del Río Alhama, Wikipedia |
*Fuente: José Ángel Lalinde en la revista Piedra del Rayo. Extraído de aguilaralhama.lacoctelera.net
Durante el atardecer, los más pequeños se afanan en buscar calabazas de distintas formas y tamaños que se convertirán en juego nocturno. El trabajo, cuchillo en mano, consiste en extraer la carne de la calabaza, abrir en sus paredes ojos, boca y dientes e introducir en su interior una vela encendida que, en la oscuridad de la noche, impresiona o pretende impresionar a cuantos, por sorpresa, se topen con ellas.
Los niños, en cuadrilla, compiten por ver quién hace el trabajo más llamativo. Luego vendrá el recorrido por las calles llamando a los portales, colocando las calaveras en lugares estratégicos y tratando de asustar a los vecinos, no tanto por el aspecto del artilugio, sino por lo que pretenden representar en en un día como éste en el que la chiquillería de Aguilar ha podido descubrir otras calaveras reales en el osario del cementerio, mientras el sacerdote, acompañado por los familiares que lo solicitan, va de tumba en tumba rezando responsos. Pero el aspecto tétrico que reproducen no empaña el otro festivo de los niños que, cada año, reviven esta tradición ancestral que se repite fielmente en el calendario de Aguilar del Río Alhama.
Y mientras las calaveras están en la calle los adultos se reúnen en torno a la mesa para degustar los sabrosos caracoles apañados de mil maneras. En la iglesia parroquial, mientras tanto, el sacristán, a pie de cuerda, -eran otros tiempos-hacía sonar las campanas desde las nueve o las diez hasta la media noche. Era un repiqueteo lento, como el que aún recuerdan los toques que anuncian el fallecimiento de algún vecino, a doble tintineo para subrayar el carácter lúgubre de una noche en la que todas las familias recordaban, y a un recuerdan, a sus familiares difuntos.
Mientras duraba el toque, terminada la degustación de los caracoles, daba tiempo a rezar el rosario por el alma de los seres queridos y hasta se encendían en su memoria pequeños candiles preparados con las cáscaras de los caracoles a las que se introducía una “deshila” a modo de mecha que se encendía una por cada muerto de la familia e incluso se dedicaba “esta por la tía fulana, que no se acuerda nadie de ella”.
Y la noche de las calaveras llegará a su fin, un año más, dejando grabada en la retina y en el recuerdo una experiencia y una tradición que se repite desde tiempo inmemorial sin que sus protagonistas conozcan muy bien qué significado pueda tener, pero que va impregnada del misterio que rodea la muerte, en un tiempo agrícola ya terminado, en una estación en la que todo languidece, pero que, sin embargo, invita a seguir viviendo, a luchar, a recobrar la vida, como se recobra la tradición con la esperanza puesta en el año próximo que nos hace experimentar que la vida es un ciclo que se repite, como se repite la tradición de las calaveras, y que se transmite, como se transmite la tradición de las calaveras... mientras las campanas de la torre, en algún momento, seguirán invitando a la oración, al recuerdo de los muertos desde la alegría de los niños.